sábado, 24 de mayo de 2008

Indicadores


En un post anterior insinuaba o proponía que de lo de verdad había que discutir y preocuparse era de los indicadores que se utilizan en los contratos de gestión clínica que son los que de verdad nos sacan la “foto” y con lo que nos miden y comparan en la actualidad.

Hoy lo he recordado al leer a un compañero de Aragón, en su blog, que viene a lamentarse de las perversidades de los indicadores, en concreto de los indicadores de prescripción, que tanta importancia tienen en este momento.

Se expresaba así:

La calidad de prescripción farmacéutica se mide con un “índice sintético”, que como su propio nombre indica es un índice no natural, no es de lana ni de plumas, es sintético.


No es que yo tenga nada en contra de la fibra sintética, cuando se usa para lo que se debe usar, pero en este caso se pretende usar para enfundar una situación variopinta sin conseguir nada, salvo sumar una serie de sesgos intencionados.


La decisión de, qué fármacos medir, es intencionada, la ponderación de cada uno de los criterios, es intencionada, la resultante de la suma de todos, es intencionada y la comparación entre casi iguales, es intencionada.


Pero también es sesgada, porque los resultados erróneos, lo son, con conocimiento de causa, desvirtuados por responsabilizar a primaria de la prescripción especializada incluso cuando es posible separarla, desvirtuados por no ser capaces de relacionar la prescripción con la patología asociada incluso cuando es posible analizarla, y así un paso tras otro.


Además, si quieres sumar puntos en esta “ganancia de calidad”, basta con utilizar lo que llaman “criterios”, que no son más que “simplezas” expresados en fracciones, aumentando el numerador.


Así pues, si el criterio mejora, cuanto más omeprazol sobre el resto de IBP se receta, recetaremos omeprazol con todos los AINES, aunque no sea necesario.


Bastaría con prescribir penicilinas o cefalosporinas de 1ª generación para infecciones respiratorias altas y demás procesos víricos, aunque sea una monstruosidad, para lograr una ganancia de calidad ficticia, respecto a otro criterio.


Y así, sumando cada uno de estos parámetros, donde, a la evidencia se añade la arbitrariedad y la complejidad gratuita, obtenemos “un sabe Dios que” que presuntamente nos indica la calidad de nuestra prescripción.


Poco importa que el IBP lo recetemos para las cefaleas, o el AB para la gripe.


Es lo que tiene la medición de no se sabe que cosas, y el uso de cosas que no se sabe bien lo que miden.


Hace tiempo dirigí una carta en términos muy similares a las farmacéuticas de mi Comarca y aún estoy esperando una respuesta.





1 comentario:

doctordiabetis dijo...

Estoy por mandárselo a las farmaceúticas de mi comarca.