Uno está ya tan acostumbrado a oír hablar de la crisis que empieza a resultarle como el cuento del lobo. Pero el otro día en una de mis visitas a un blog sobre innovación, me encontré con este párrafo:
La crisis financiera está centrando toda la atención en estos primeros meses del año. Los analistas intentan esbozar las trends de futuro a corto plazo: renovables, biotecnología, TICs, etc. Pero está pasando desapercibida la auténtica crisis que se acerca y que puede cobrar dimensiones espectaculares: LA CRISIS ALIMENTARIA.
Unos días después leo en el periódico un buen artículo de opinión titulado "La crisis alimentaria, desafio para todos" de Carmen Lahoz y Enrique de la Loma-Osssorio en que analizan las múltiples variables de la crisis.
Las organizaciones internacionales lo vienen diciendo desde hace tiempo, pero han elevado la voz: la gente se muere de hambre hoy más que nunca. Para ser más exactos, la ONU habla de cien millones de personas en todo el mundo amenazadas de muerte por la hambruna y cuarenta países en situación límite, cifras que debieran servir por sí solas para detener esa masacre consentida por quienes la propician: los países ricos.
Estos pueblos hambrientos están abocados a lo que una blogera denomina la Apocalipsis Social ya que ante el hambre no sirven planteamientos teóricos y de buenas intenciones.
Interesante la reflexión sobre como una iniciativa, en principio bienintencionada, como la producción de biocombustibles para evitar la dependencia del petroleo, ha derivado en un verdadero problema de abastecimiento de materia primas para los países del tercer mundo.
Lo triste es la sensación de impotencia personal. Sólo que queda decirlo y esperar que otro se sume a tu impotencia ante tamaña injusticia. Parece tan lógico que es mejor prevenir que curar que revuelve las tripas ver la política de oídos sordos de los únicos que pueden mover ficha.
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