Hace unos días leí unos de los artículos de Rafael de Pablos del que me he acordado a raíz de una fraternal discrepancia que mantengo con mi querido compañero blogero, el DOCTORDIABETIS.
En el contaba un cuento con la historia de unos gemelos que acabaron como el rosario de la aurora por mor de lo difícil que es aplicar una misma barra de medir:
Érase una vez dos hermanos gemelos que tenían una fuerte vocación por ser médicos. Los dos obtuvieron la misma nota en la selectividad y los dos se matricularon en la misma facultad de medicina. Los dos consiguieron un expediente académico similar, y los dos querían ser médicos de familia. Obtuvieron un nivel parecido en la puntuación MIR, y los dos hicieron la residencia en el mismo hospital y centro de salud. Se presentaron a una oposición para facultativos de Equipos de Atención Primaria y, como era de esperar, los dos sacaron una nota parecida y consiguieron plaza en el mismo centro de salud. En este centro de salud había un coordinador muy preocupado por la equidad de las cargas laborales y había conseguido que los cupos médicos fueran similares en los parámetros que él conocía y podía controlar, que eran el tamaño y la edad. Por este motivo, a los dos hermanos se les adjudicaron otros tantos cupos con el mismo tamaño y el mismo perfil de edad y sexo. Los dos estaban muy contentos, y los dos querían ejercer su profesión lo mejor posible.
Pero el azar hizo que una variable no controlada, por desconocida y no tenida en cuenta, les cambiara la vida, llegando incluso al deterioro de una relación fraternal fuertemente arraigada a lo largo de sus vidas. ¿Qué pasó?
Para entenderlo hay que decir que hace ya años, en Estados Unidos, se hizo un trabajo de seguimiento de cupos médicos. Todos ellos tenían el mismo tamaño y un perfil similar en la edad y sexo de los pacientes. Se realizó una clasificación en cupos que tenían alta frecuentación de pacientes, otros de frecuentación media y otros con frecuentación baja. Posteriormente se clasificó a los pacientes en niveles de utilización de recursos sanitarios, y se comprobó que algunos de ellos, por sus diferentes patologías orgánicas, mentales y circunstancias sociales peculiares, consumen muchos más recursos que otros de la misma edad y sexo. Se comprobó que el 20% de los pacientes consumía el 80% de los recursos. Clasifiquemos a estos pacientes como tipo A.
Pues bien, el gemelo 1 tenía en su cupo un 30% de pacientes tipo A y el gemelo 2, solo un 10%. Pero esto nadie lo sabía: ni ellos, ni el coordinador, ni los directores de área.
¿Quién piensan ustedes que tenía más demanda asistencial, más avisos a domicilio, gastaba más en farmacia, tenía más bajas laborales y derivaba más al especialista y al hospital? Efectivamente, lo han adivinado: el gemelo 1. ¿Y quién piensan ustedes que recibía los incentivos por ahorro de farmacia, bajas laborales y derivación, era mejor considerado y tenía más alta la autoestima? Así es: el gemelo 2.
El cariño fraterno se empezó a resentir; las comparaciones eran insoportables, y los celos surgieron. La sensación de fracaso profesional del gemelo 1 se hizo notable. No entendía como él, que trabajaba más que su hermano, cobraba menos incentivos económicos y era peor considerado. Llegó a pensar que lo suyo no era la medicina y que, posiblemente, sería bueno cambiar de profesión.
Es evidente que se trata de una exageración basada en un cuento; pero indica la perversidad de algunos indicadores que, lejos de primar el buen hacer profesional, lo deterioran.
De Pablos intenta relacionar esta diferencia con los incentivos perversos pero en mi opinión se equivoca.
Lo que hubiera sido justo en este cuento es que existiera una formula fidedigna que midiera y discriminara de forma efectiva estas diferencias. Las fórmulas habituales de valoración de las cargas asistenciales basadas en la edad y el sexo incluyendo las tasas ponderas, hace mucho tiempo que han quedado obsoletas.
Como medir entonces estas cargas asistenciales? Cuál es el método, sino el mejor, si el menos malo de los que se puedan implementar en este momento en la Atención Primaria? Si los hospitales hace tiempo que usan los GRD y ya nadie los discute, cual es el método para la Primaria?
Pero sobre todo, estamos los profesionales dispuestos a esta prueba del algodón o preferimos quejarnos, protestar y seguir en un permanente lamento para ver si con dos o tres kilos de excusas conseguimos evitar que nos saquen una foto que ponga de manifiesto, que explique, las diferencias entre los gemelos del cuento del Dr de Pablos?????.
Unos días de reflexión y os prometo que continuará ….